viernes, 8 de mayo de 2015

Cuento: El Gran Descifrador

 - ¿El siguiente? - preguntó el Gran Descifrador sin levantar la vista del papel que estaba escribiendo. Era el único que aún conocía el lenguaje antiguo y por eso, cada vez que aparecía una reliquia de los viejos tiempos, acudían a él.
- Creo que yo, señor - dijo el anciano señor Rodolfo abriendo la puerta con cuidado. Había sido un hombre fornido, pero sus no menos de ochenta años lo habían encorvado un poco y habían sugerido a su pelo blanco que se ausentara de su cabeza un poco más de lo que a él le gustaría.
- Por favor, tome asiento.
- Creo que han encontrado algo de mi hija - dijo el anciano sentándose en una silla frente a él y dejando un saquito de piel encima de la mesa -. En las catacumbas del templo ha aparecido una cápsula del tiempo muy antigua. Tenía su sello. Pero nadie sabe lo que dice. Quizá usted pueda ayudarme.
 - Veamos qué hay aquí - dijo el Gran Descifrador apartando el papel y esparciendo el contenido sobre la mesa: un montón de rocas cúbicas de apenas unos centímetros de lado llenas de marcas que parecían casi aleatorias. Se colocó las gafas redondas sobre la nariz, dio un sorbo a la taza de té caliente y ajustó la distancia entre la tripleta ojos, lupa y piedras hasta que pude ver con claridad.
- Es la escritura vieja del valle - dijo tras echar una ojeada rápida -. Dice así: “A falta de lápiz y papel - leyó, dando vueltas despacio a uno de los dados -, uso el clavo y el martillo sobre estas piezas de alabastro para dejarte mi última misiva. No llores por mí, padre, pues aunque sólo era una muchacha cuando me fui, he crecido sana. He tenido una buena vida aunque no haya podido conocer varón o criado una familia. La misión que me fue asignada lo ha sido todo y creo que la he cumplido. De lo contrario, no estarías leyendo esto”.
El Gran Descifrador paró unos segundos, intentando descifrar un trozo de mensaje que resultaba indescifrable incluso para sus habilidades de descifrador y con fama de poder descifrar todo lo descifrable.
- ¿Qué más dice? - preguntó el señor Rodolfo, acercándose a la mesa.
- Números. Diría que son coordenadas.
- ¿Es ahí donde se escondió con… eso? - balbuceó el anciano con los ojos llenos de esperanza.
- Quizá - contestó el Gran Descifrador guardando los dados dentro de la bolsa -. No lo dice. Pero si es el caso, nadie debe saberlo. Sin matices ni excepciones. Nadie más que nosotros. Se exilió para protegerse y para protegernos. No podemos traicionarla. No estamos preparados.
- ¿Entonces por qué nos dejó este mensaje?
- Porque tengo la esperanza de que llegará un momento en que sí seamos dignos de ella.
- ¿Llegaremos a ver ese momento? - preguntó el viejo bajando la cabeza -. ¿Llegaré a verla?
- Probablemente no - contestó el Gran Descifrador -. No creo que ni usted ni yo vivamos tanto. Quizá tengan suerte nuestros nietos. En cualquier caso, confío en su discreción.
- No se preocupe - dijo el anciano levantándose -. Cometí un error aquella vez y la puse en peligro. No volveré a fallarle.

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Este cuento surge porque por que Ampa IES Eduardo Merelló ( @EAmpa ) me propuso a través de Twitter escribir algo a partir de las palabras alabastro, misiva, matiz, taza y muchacha. Espero estar a la altura de sus espectativas.

Y recuerda, si quieres pedir un cuento sólo tienes que proponer tus palabras en los comentarios, contactándome por Twitter en mi cuenta @PepeFuertes o a través del formulario de contacto de la página. ¡Te espero!

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