viernes, 29 de enero de 2016

Cuento: La vergüenza de Lord Hatwick

En qué momento de la educación de su niña habían empezado a equivocarse, se lamentaba su padre atusándose el bigote cuando la veía con sus artilugios.
Era incomprensible. La enviaron al mejor colegio para señoritas, donde le enseñaron todo lo que una dama de buena familia debía saber: etiqueta, piano, francés, costura y compostura.
Pero lo rechazó todo por investigar. Así acabó en aquella sala explicando a cientos de caballeros sus descubrimientos y, peor, rebatiendo sus objeciones con argumentos sólidos.
Las dudas dejaron paso a un silencio tenso. Nadie se atrevía a darle la razón. Sólo un señor de bigote inconfundible aplaudió, mientras lloraba de felicidad por haberse equivocado. La ovación llegó después.

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Un cuento sobre algo que ahora puede parecer anecdótico y que muchos situarían hace cien años. Sin embargo, esto aún ocurre a menor escala en nuestro mundo occidental civilizado cuando juzgamos a una persona por su aspecto sin escuchar lo que tiene que contar y es aún peor en lugares donde la libertad es una quimera y seguir el pensamiento único es la única oportunidad de sobrevivir.

Así que una reflexión: la próxima vez que pienses que una persona no vale para realizar algo, ponte en el lugar de un lord inglés del siglo XIX. Si crees que pensará lo mismo que tú, seguramente estás haciendo algo mal.

viernes, 22 de enero de 2016

Cuento: El plato crítico

Como sombras disipadas por un nuevo amanecer sabiendo que este plato de nombre rimbombante tiene todos los números para hacer historia. Porque además de tener un sabor espectacularmente delicioso, te traslada a una región de Francia muy específica, a los años dulces que viví con Adele.
De repente caigo en la cuenta. La única Adele que conozco es la esposa del crítico Francois Dupont, al que nadie ha visto desde que escribió sobre este restaurante, y no la conozco tan bien.
Miro al camarero y sé que sabe que lo sé. Debo huir, aunque sé que es inútil. Ya me ha sentenciado a formar parte del menú.

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Uno de esos cuentos de cien palabras que, seguramente, quedaría mejor con cincuenta más. ¿Qué os parece? ¿Lo hago más largo? ¿Queréis más detalle de este restaurante?

sábado, 16 de enero de 2016

Cuento: Desayunando entre las sombras

Como sombras disipadas por un nuevo amanecer. Las devoro antes de que se acostumbren al sol, antes de quedarse ciegas, antes de que se escondan en bosques tenebrosos y oscuros donde se alimentarán de frío, humedad y miedo hasta convertirse en pesadillas.
Mi misión es detenerlas. Las consumo y guardo sus restos inmortales en fiambreras oscuras, donde las oigo renacer arañando las paredes. Espero al amanecer para abrir la tapa y permitir que las toque el sol, que las caliente, que les haga soñar con la libertad, con la luz, con lo que nunca serán; a que las debilite y así yo pueda desayunar un día más.

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Os propongo un juego: Intentad imaginar este personaje, describidlo y elucubrad sobre qué le pasaría a ese mundo si dejara de lado su misión.

Ya tenéis faena :)

viernes, 8 de enero de 2016

Cuento: El mejor regalo del mundo

En qué momento de la educación de su niña habían empezado a equivocarse si todo lo habían hecho como debían. La llevaron al mejor colegio para señoritas donde aprendió etiqueta, piano, costura y compostura y en casa la educaron con rectitud y firmeza.
Pero todo cambió aquella Navidad. Empezó a observar, a fijarse en lo que le rodeaba, a preguntar y a cuestionarlo todo, ¡incluso su matrimonio concertado! Asustados, la devolvieron al internado.
Lo entendieron semanas después, cuando encontraron un frasco vacío escondido junto con una copia de su carta a los Reyes Magos. Una caligrafía sospechosamente parecida a la de la irritante tía Gertrudis había añadido al final de la lista “curiosidad”.


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¿Os han traído muchas cosas los Magos de Oriente? A mí, este cuento sobre los regalos que quiero compartir con vosotros. Espero que lo disfrutéis.

viernes, 1 de enero de 2016

Cuento: Incomprendidos

Abandonan, primero uno y luego el otro, la habitación del hotel. Recorren pasillos muertos ignorando trozos desvencijados de papel pintado, dunas de polvo y escombros. Ni siquiera prestan atención a los cables naranjas que cuelgan por doquier. La música los llama.
Descienden la escalera mellada como cada noche y, al entrar en el salón, todo vuelve a empezar. Se miran, bailan y se besan ignorando al mundo que los desprecia escandalizado.
No sienten la explosión ni perciben cómo el edificio se derrumba. Se cogen de la mano, suben por la columna de polvo hasta donde estaba su habitación y sonríen. Si la muerte no los separó, tampoco lo hará un desahucio.