Sólo le quedaba un cigarrillo negro. Regaliz. Odiaba la regaliz. Seguía comprando aquellas cajetillas de sabores aleatorios porque a veces encontraba algunos de fresa y de melocotón. Aunque su preferido era el rarísimo de castaño. Le recordaba a las montañas, a la carretera y a viajar con ella. Ella, que siempre se fumaba los que él dejaba porque tirarlos le parecía un desperdicio, aunque odiaba fumar. Quizá por eso guardaba los sobrantes y, cada vez que llenaba una cajetilla, la dejaba sobre la lápida más negra del cementerio. La más negra que pudo pagar. Negra como la regaliz.
2 comentarios:
Tengo la absoluta seguridad de tu satisfacción cuando dejé de fumar hace 12 años.
Besotes.
TOTAL Y ABSOLUTA :)
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