viernes, 27 de marzo de 2015

Cuento: Pandora

Seguía atrapado allí dentro, aunque sería por poco tiempo. La semilla de la curiosidad que había plantado en la mente de la extraña mujer había fuera había hecho que ella quisiese abrir la caja. Cuando la tapa empezó a moverse él estaba listo para retener a todos los monstruos mientras él y su amada escapaban.
Pero todo salió mal. En el momento clave ella tropezó y cayó al fondo, mientras él era arrastrado por la marabunta hacia el exterior. Entre la maraña de brazos y cuerpos logró verla un instante, suplicante, justo antes de que una asustada Pandora cerrara la caja de nuevo. Cualquier esperanza de recuperarla se quedaría allí, encerrada con su amor, para siempre.


viernes, 20 de marzo de 2015

Cuento: A la deriva

Seguía atrapado allí, dentro de la jaula metálica, flotando en medio del océano, sin tierra a la vista. El barco lo había abandonado a su suerte, dejándolo en compañía de tres tiburones que no paraban de rondarle, golpeando de vez en cuando los barrotes con su cola. Perseguían el hilillo de sangre que salía por una herida en su brazo. Sólo necesitaba mirar en sus ojos negros para saber que no eran malos, que sólo querían darle un último beso de buenas noches.
Repasó sus opciones: morir congelado, de sed o ahogado. Abrió la jaula y salió. El beso de un tiburón era lo más rápido.


viernes, 13 de marzo de 2015

Cuento: Libertad imaginaria

Seguía atrapado allí dentro pero ya no le importaba. Hacía tiempo había ansiado la libertad, dejar atrás los golpes en la jaula, los gritos de los niños y las fotos de los turistas. Pero todo eso era cosa del pasado.
Se tumbó, cerró los ojos y se acercó a la nariz el trozo de plástico verde con forma de árbol que había robado a un visitante. Aspiró con más fuerza que nunca para que los químicos del olor del pino artificial llenaran sus pulmones y su cabeza, iniciando el último viaje, ese con el que escaparía definitivamente del zoo.

viernes, 6 de marzo de 2015

Cuento: Desaparecida

Lo preocupante no era que la puerta de la casa estuviese abierta de par en par o que no hubiese nadie, sino que la comida llevaba hecha en la cocina al menos dos días. La anciana nunca se hubiese dejado la cazuela con el guisado fuera de la nevera.
Caperucita llevaba casi una hora llamando a su abuela cuando el leñador apareció con el lobo.
- Dice que nos ayudará - dijo el leñador.
- Me ha prometido un chuletón si la encuentro - dijo el lobo -, pero no lo quiero. Tu abuela me ha ayudado más de una vez y se lo debo. ¿Has encontrado algo que pueda rastrear?
- Gracias - dijo Caperucita, dándole un camisón -. Espero que esto sirva.
El lobo olió la prenda, cerró los ojos y husmeó el aire mientras rodeaba la casa. La esencia era débil, pero había una dirección clara.
- Ha ido al norte - dijo sin dudar -. Por allí sólo está el lago y...
- La cueva de los cuervos - dijo Caperucita en voz baja.
- Donde todas las brujas van a probarse cuando no saben si aún son buenas - dijo el lobo.
- ¡Pero eso la agotará! - gritó la niña - ¡Debemos ayudarla!
- No te preocupes - dijo el lobo -. Si es buena la ayudaremos a volver.
- Y si es malvada - dijo el leñador cargándose el hacha al hombro -, si es malvada la ayudaremos a morir.
Caperucita iba a protestar pero, al ver la tristeza en los ojos del lobo y del leñador bajó la cabeza y asintió levemente. Su abuela le había enseñado hacía mucho tiempo lo que una bruja malvada podía llegar a hacer. El bosque aún se estaba recuperando de la última.
- La ayudaremos sea como sea - dijo la niña con voz firme mientras cogía su inseparable cesta -. Por favor, señor lobo, guíanos.
- Seguidme - respondió -. Conozco el camino.