viernes, 30 de enero de 2015

Rugidos en la noche

- ¿Qué es ese ruido? - preguntó intrigada -. Parece un trueno, pero viene de esa puerta. ¿Qué hay al otro lado?
- Hay unas escaleras de piedra que bajan al sótano - le contestó el viejo conserje con una sonrisa maliciosa -. Pero yo no bajaría ahora.
Volvieron a escuchar el sonido, más fuerte esta vez. El suelo, las paredes y los cristales vibraron durante unos segundos eternos. Cuando acabó el estruendo se escuchó un clic y la puerta comenzó a abrirse, perezosa, al compás de un chirrido que sonó como un largo bostezo. Al otro lado sólo se intuía el principio de un tramo de escaleras muy oscuro.
- No hay ninguna duda - dijo él sin dejar de mirar hacia la oscuridad -. El castillo tiene hambre.

(Este cuento surgió como suma de tres conceptos: curiosidad, ruidos raros y sótano de un castillo).

sábado, 24 de enero de 2015

Moderando una charla sobre Cuentos

Aunque muchos probablemente ya lo sepáis, el próximo Jueves 29 de Enero voy a moderar una charla sobre los cuentos. Antes de eso, Lola Piera y yo hablaremos sobre los cuentos, sobre por qué los inventamos, por qué los narramos y cómo podemos crearlo. Tras esto, lanzaremos una pregunta, ¿qué diferencia los cuentos infantiles de los cuentos para adultos?


Aunque podéis encontrar toda la información en este enlace, os recuerdo que será en el Puerto de Sagunto, en el Centro Cívico a partir de las 19:30.

Os esperamos.



viernes, 23 de enero de 2015

Cuento: Un plan infalible

El plan era simple. Meter en la olla todo lo que encontrara en la cocina y dejarlo cocer. Cuando ella llegara, él lo serviría medio frío. Entonces se sentarían a comer y, como estaría incomible, discutirían y por fin podría romper su compromiso con ella.
Pero cometió un error: no lo probó. Estaba bueno. Muy bueno, de hecho. Ella le miró a los ojos y, sonriendo, le dio las gracias por cuidarla a pesar de todo. Él se dio cuenta de que, en realidad, no la quería dejar. Lo que de verdad deseaba era cuidarla. Quería verla feliz.
Entre cucharada a cucharada se intercambiaron sonrisas y miradas cómplices hasta que, a la vez, los platos quedaron vacíos. Recogieron la mesa y fregaron los platos juntos, hablando entre risas de todas las cosas que antes los habían separado y que ahora veían que eran tonterías. Por primera vez en mucho tiempo, se dieron las buenas noches con cosquillas.
En un rincón, el Cupido cocinero observaba la escena contento. Aquello era un trabajo bien hecho.

(Las tres palabras aleatorias que han desencadenado esta historia han sido amor, romance y guiso)

viernes, 16 de enero de 2015

Hay que llegar como sea

Se había dormido. El despertador no había sonado y se había dormido. O quizá sí había sonado y no lo había oído. En cualquier caso, iba a llegar tarde. No podía llegar tarde. No quería ni pensar en lo que ocurriría cuando le viesen entrar por la puerta jadeante y sudoroso y, encima, tarde. Imaginar la bronca de su jefe hizo que un sudor frío le bajara por la espalda.
Miró el reloj. Quizá, si no se paraba en ningún semáforo, aún podía llegar. Corrió aún más. Corrió por la acera esquivando peatones, mascotas y mesas de bares.
Escuchó una sirena y giró la cabeza. No llegó a ver de dónde venía. Cuando volvió a mirar adelante, una farola se había plantado frente a él y chocaron. Sus mochila llena de informes salió volando, se abrió y los documentos que contenía se esparcieron en la calle, mojándose, manchándose y arrugándose.
Atontado, tardó unos segundos en entender lo ocurrido y, cuando lo hizo y vio aquel desastre, se levantó y empezó a recogerlo todo. No había ni uno sólo papel salvable. Tendría que volver a imprimirlo todo. El ordenador portátil había caído a la calzada y al menos un par de coches lo habían aplastado. El desastre era de tal tamaño que no tenía solución y, sorprendentemente, se dio cuenta de que no le importaba. Es más, se alegró. Había dedicado días a deglutir la información y vomitarla sobre aquellos papeles en forma de textos y gráficos. Llevaba meses odiándolos. Ahora se daba cuenta de que no los aborrecía a ellos sino lo que representaban. Tiempo perdido en cosas que no lo daban nada. Tiempo estresado por cosas que, en realidad, no le importaban. Tiempo que había desperdiciado aborreciéndose con cada centímetro de su cuerpo.
Por eso verlos allí tirados le quitó un peso de encima. Aquel suceso haría que otros dieran por él el paso que él no se había atrevido a dar. Lo despedirían. Le obligaban a ser libre de nuevo.
Tuvo un cierto vértigo al pensar en lo que tenía por delante. Lo primero, el miedo a no llegar había desaparecido. Aquella farola se lo había robado.

(Las tres palabras aleatorias que han desencadenado esto has sido pánico, robo y farola)

viernes, 9 de enero de 2015

Impaciencia

Sin saber por qué, le di un puñetazo a la máquina. Quizá fue la impotencia por entender que no podía hacer nada. Sabía que no conseguiría nada golpeándola, zarandeándola o insultándola, pero lo hice porque no veía más opciones. Había llamado al teléfono de incidencias, pero una voz mecánica informaba que el número no existía.
Estaba helado, me moría por tomarme algo caliente y aquella maldita máquina se había tragado mis últimas monedas. No parecía tener ganas de darme un café a cambio.
Con rabia, la empujé una última vez. La máquina se balanceó e hizo un ruido extraño. ¿Se había puesto en marcha? Exultante de felicidad, la abracé y ella, desequilibrada, se abalanzó sobre mí.
Salí de mi cuerpo que había quedado completamente aplastado.
- ¿En el otro lado hay buen café? - le pregunté a la figura encapuchada que observaba un hilito plateado que me unía con los restos de mi cadáver. Con un movimiento suave de su guadaña, lo cortó.
- ESO DEPENDERÁ DE LO QUE QUIERAS CREER - dijo la Muerte -, PERO NO ESPERES GRAN COSA. VEN, SÍGUEME.
- Cualquier cosa será mejor que el brebaje marrón de esa máquina - le dije mientras la seguía, sin dejar de pensar que, en realidad, ya no me apetecía tanto un café.

lunes, 5 de enero de 2015

Literalmente

- Este se va a enterar de lo que vale un peine - dijo lanzando el teléfono móvil dentro del bolso mientras caminaba hacia la salida. Era una amenaza, una sentencia, una promesa que cumpliría como fuese.
- ¿En qué modelo había pensado? - preguntó el vendedor con una sonrisa, oliendo una venta -. Tenemos muchos diferentes.
- ¿Cómo? - contestó ella sin entender.
- Acaba de decir que necesita un peine.
- ¿Me está tomando el pelo?
- No lo necesito - dijo enseñando las manos -. Su pelo es suyo. Yo tengo el mío.
- ¡Era una forma de hablar! - gritó ella empezando a perder el hilo de sus pensamientos -. Déjeme en paz o se le va a caer el pelo.
- No se preocupe por mi cabello - insistió el dependiente señalándose la cabeza -. Uso una excelente loción. ¿Ve que sano y brillante lo tengo? La tenemos a buen precio.
- ¡Está loco! - gritó ella, intentando esquivarlo -. ¡Se le va la cabeza!
- ¿Hacia dónde? - dijo el dependiente, girándose.
La mujer aprovechó el despiste del vendedor para salir corriendo. Tenía una nueva promesa: no le compraría a aquel tipo aunque las ranas criaran pelo. La fijó en su cabeza a fuego y sangre, indeleble. Imborrable. La grabó tan fuerte en su cabeza, que le hizo olvidar la anterior.

viernes, 2 de enero de 2015

Convivencia

El mensaje era claro, conciso, breve y letal: "NO INSISTAS", decía. Una nota escrita con sangre clavada en cada una de las puertas del bloque de apartamentos. Un ultimatum dedicado a los que siempre tenían una opinión sobre su vida.
Porque todo tiene un límite. Porque tras un año entero en que cada día le preguntaban lo mismo estaba harto. Porque no quería su ayuda. Porque si desde que ella se había ido había decidido llenar su soledad con basura, era algo que no le importaba a nadie más que a él.