viernes, 19 de diciembre de 2014

El reloj

- Entonces, ¿este reloj puede parar el tiempo? - preguntó un joven que se había detenido a mirar. Señalaba un reloj de bolsillo que habían colocado bajo un cartel que decía, explícitamente, que podía detener el tiempo. Era dorado, con extrañas inscripciones y en aquel momento marcaba la hora número dos.
- Sí - contestó el comerciante -, sólo tienes que apretar el botón de arriba. ¿Quieres probar?
El chico cogió el reloj de bolsillo  y lo observó como un niño al que acaban de dejar el mejor juguete del mundo. Sólo de pensar en todo lo que podría hacer con aquello se puso a temblar. Podría visitar el mundo entero en un instante, entraría en sitios donde normalmente no podría y se vengaría de los que se habían burlado de él. Con aquel artefacto, todo estaba a su alcance. No existían los imposibles.
Con suavidad, apretó el botón. El mundo se fue ralentizando poco a poco hasta que se detuvo completamente. Durante un instante, nada se movió. Cuando intentó moverse, el tiempo se aceleró y fue él quien empezó a ir más despacio. El aire a su alrededor parecía sólido y le costaba atravesarlo. Apenas podía mover los pies y las manos. Su cuerpo no le obedecía y cada respiración le costaba más que la anterior. Hasta que soltó aire y ya no pudo volver a coger.
Pudo ver cómo el comerciante le registraba, robándole todo lo que llevaba encima. Cuando le arrebató el reloj de la mano, todo se volvió negro.
El relojero observó primero la estatua de piedra en que se había convertido su posible cliente y después el artefacto. Volvía a marcar 168. Las horas que tenía para encontrar otro incauto si no quería acabar como uno de ellos.

1 comentario:

Micaela ela dijo...

Jo, yo digo como Mafalda: ¡que se pare el mundo que me bajo!
Me ha gustado mucho el cuento.
Gracias por el regalo.