viernes, 5 de diciembre de 2014

El Juego

Basándose en el juego de Rubik, lo habían publicitado como el puzzle más complicado de la historia. Cientos de facetas multicolores salpicaban su superficie, con otras tantas aristas y no menos ejes de giro. Sus inventores lo vendían desordenado y retaban al mundo a que lo resolviera. De hecho, al primero que lo consiguiera le regalarían un premio que “cambiaría su vida”.

Un hombre solitario, taciturno y pobre como las ratas utilizó sus últimos ahorros para comprarlo. Muchos pensaban que era tirar el dinero, pero él sabía que sólo estaba comprando la esperanza de encontrar una vida mejor.

Sin trabajo, familia o amigos nada le impedía dedicar hora tras hora a buscar la solución que le proporcionara la recompensa. Los días fueron pasando, las noches fueron detrás y lo que empezó como una búsqueda de una solución se transformó en un obsesión. Apenas comía y cuando conseguía conciliar el sueño, le atormentaban pesadillas donde otros conseguían resolverlo antes que él tras las que sólo podía ponerse a manosear el juego para tratar de averiguar su secreto.

Una noche, famélico después de muchos días sin comer, se quedó dormido mientras sostenía en las manos el juego. Éste, conmovido por el esfuerzo, decidió recompensarlo: suavemente se separó de las manos del hombre y, poco a poco, giró sobre sí mismo durante horas hasta que todas las caras estuvieron ordenadas.

A la mañana siguiente, el hombre despertó y vio el cubo completo. Apenas podía creerlo. Quiso correr, gritar y reír, pero no pudo. Sus brazos y sus piernas no se movieron. De su garganta no salió ni un sonido, reseca por la falta de líquido. Nadie vio cómo su pecho poco a poco empezó a dejar de moverse, cómo se fue apagando ni cómo el pánico inicial se fue transformando en alegría por haber conseguido superar el reto.

Justo antes de morir el hombre miró al cubo y sintió que éste le devolvía la mirada. Los inventores del juego tenían razón. Su vida había cambiado para siempre.

5 comentarios:

Micaela ela dijo...

¡Qué fuerte! no hay que obsesionarse con nada, puede arrebatarte la vida.

Micaela ela dijo...

¡Qué fuerte! no hay que obsesionarse con nada, puede arrebatarte la vida.

David dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Lucia dijo...

Ay, cómo es el juego de la vida que a veces trastorna, pero que maravilloso desorden y riqueza de color.

Oyros dijo...

El precio de las obsesiones siempre es el mismo: tiempo. Tiempo que le tienes que quitar a otras cosas para dárselas a ellas. Tiempo que no recuperarás.