viernes, 4 de septiembre de 2015

Cuento: El virus

Todo empezó con un video en internet. No era nada especial. Muñequitos de colores bailando sobre un fondo negro al ritmo de música. Ahí estaba el problema. En la música. La canción era repetitiva y sencilla, nada especial, cuatro notas, pero extremadamente pegadiza. Cuando la escuchabas una vez se repetía en tu mente sin parar y ya no te la podías quitar de la cabeza. El Virus, la llamaban. Resultaba tan pegadiza que la gente empezó a contagiar a otras personas sólo para fastidiar.

De ahí saltó a radios y televisiones de todo el mundo, con lo que todas y cada una de las personas de la tierra escucharon la canción y empezaron a taraearla. Todo muy divertido y muy sano. Nadie vio el peligro hasta que fue demasiado tarde.
Una noche de Octubre en todas las radios, televisiones, ordenadores y equipos de música empezó a sonar la canción sin parar. Estaban tan acostumbrados a escucharla que a nadie le extraño. Pero nadie se dio cuenta de que era ligeramente diferente. Porque debajo de las notas había un ruido blanco, sutil, casi inaudible que transmitía un mensaje sin palabras: rendíos; no actuéis; no os mováis. No tenía palabras, aunque no las necesitaba, porque atacaba directamente al cerebro y paralizaba.
Las naves aparecieron aquella misma noche. Cientos. Quizá miles. Rodearon la tierra y se quedaron allí, esperando, comprobando qué ocurría. Ese fue su error. No actuar inmediatamente. 
Porque afortunadamente no todo el mundo se quedó quieto. Unos pocos afortunados no habían escuchado la canción: los que vivían en zonas muy aisladas y los que tenían problemas de audición. Fueron ellos los que se organizaron e hicieron lo único que podían: apagaron el planeta. Desconectaron y desviaron la mayor parte de la electricidad del planeta, con lo que todos los aparatos electrónicos dejaron de funcionar. La canción dejó de sonar y la gente, en lugar de despertar, se tumbó a dormir.
Fue entonces cuando algunas de las naves descendieron y buscaron a los que habían hecho aquello y les hicieron una oferta que no podrían rechazar: ir con ellos. Necesitaban criaturas que no pudiesen oír, con la decisión y el arrojo necesarios para una misión que podía salvar el universo. Muchos se fueron. Los que se quedaron no contaron nada más. 
Después de aquello las naves desaparecieron y que la gente despertó. De vez en cuando uno de esos vídeos reaparece, siempre sin música. y la gente sorda los mira y sonríe. Saben de dónde vienen. Saben lo que significan. Pero prometieron no contarlo y son muy buenos guardando silencio.

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Ha pasado el mes de Agosto sin cuentos, pero aquí estamos de nuevo con nuevas ideas e historias. También empieza de nuevo el concurso de Relatos en cadena. Habrá que trabajar para intentar llegar de nuevo a la gran final y repetir la experiencia.

En cuanto a este cuento, espero que os haya gustado. Espero vuestros comentarios y opiniones. Gracias!

5 comentarios:

Micaela ela dijo...

¡Ya echaba de menos al señor Ocre! ¡Bienvenido!
Pues algo parecido al cuento, señor Ocre, está sucediendo en este momento en el planeta y los terrícolas que quieren ser sordos no pueden... tal vez están aquí!

Unknown dijo...

yo tambien lo echaba de menos , me gusta el cuento ...

Talleres y Tertulias dijo...

Bienvenido de nuevo.

Voy a acostumbrarme a dejarte los comentarios en el blog en vez de en facebook. Creo que se perderán menos en el camino.

Yo también quiero personas sordas y con coraje en mi mundo...hacen mucha falta.

Besitossssss

Unknown dijo...

Reclutant sords...pel que hi ha q oir...jajaja

Oyros dijo...

Gracias, ¡Micaela! Lo más importante es que, aunque seas sordo, tienes que estar atento. Si están ahí, habrá que mantener la guardia alta.

Gracias, Mrrcedee, me alegro.

Talleres y Tertulias, gracias por comentar aquí. Tus comentarios serán bien recibidos en todas partes :)

¡L'excercit silenciós, Juan!