Su padre también le dejaba conducir la furgoneta durante el reparto matutino. El restaurante Coliflor, la penitenciaría, la mansión de los Falstein y el bar Vero entraban en la primera ronda.
Aquella mañana, de vuelta a la panadería para iniciar la segunda, percibió algo inusual por el rabillo del ojo. Detuvo el vehículo y se giró. Dos cuervos negros, agazapados en un rincón, le miraban.
—Pero qué... —masculló, pero se paralizó. Los pájaros resplandecieron con una luz que le cegó un instante. Al apagarse, dos chicas le observaban.
—Conduce y olvídanos —le dijo una acompañando sus palabras con un gesto.
Automáticamente encendió el motor y, con el ruido, la idea de que transportaba polizones vestidas de presidiarias desapareció.
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Seguimos con los cuentos del universo de Una herencia peligrosa.
viernes, 5 de enero de 2018
Cuento: Panadero - Una herencia peligrosa
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