Bucear en el lago que había al lado de la casa, cronometrar cuánto podía aguantar sin respirar, mirar cómo el segundero avanza instante a instante, cómo su corazón se ralentiza, cómo el oxígeno intenta escapar de sus pulmones y salir en el último segundo para cazar una bocanada de aire, después otra, recuperar el aliento y repetir hora tras hora, día tras día, hasta que, en una epifanía sublime, entender que, por mucho que entrene, por mucho que se esfuerce, nunca podrá superar la marca infinita de su padre que lo mira fijamente desde el fondo.
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