La ciudad del amor se relame impaciente observando la fila de parejas de enamorados que se acerca a sus altares. Deben rendir tributo por el don que les han concedido. Avanzan al ritmo de la música alegre y empalagosa que retumba en los edificios, bailando. Pero sus movimientos son extraños, entrecortados. La luna llena proyecta sobre sus cabezas las sombras de los cupidos que los sobrevuelan y los vigilan con sus ojillos viscosos, sus plumas cosquilleras y sus grapadoras aguanta-sonrisas. Vigilan que los Romeos y las Julietas de Tinder no rompan el hechizo eterno y les prohiben cantar al desamor bajo pena de dispararles sus flechas ensangrentadas. Y, por si alguien está tentado, cuelgan en las fachadas carteles prohibiendo invocar Adeles, Alboranes o, mucho menos, al innombrable Alex Ubago.
viernes, 20 de octubre de 2017
Cuento: El poder de la música
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