Sólo le quedaba un cigarrillo en el paquete. Seis centímetros de addición que, apurando, podía convertir en cinco minutos de paciencia. Cinco minutos durante los que contaría hasta cien y reflexionaría sobre la vida, el universo y todas esas otras cosas que intentaba responder la filosofía. Porque si recordaba sólo una de las cosas que le habían hecho los sujetos que reían al otro lado de la mirilla telescópica, nada ni nadie podría detener las balas.
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