viernes, 30 de septiembre de 2016

Cuento: El último maniquí

Y le manchaba los dedos de harina al entregarle el paquete vacío buscando una sonrisa cómplice. Nunca la consiguió. Después, le calentaba con cariño la ración del día, pero ella, inmutable, ni siquiera la probaba. Él resoplaba, se la zampaba en tres bocados, porque sus padres le enseñaron a no tirar comida, y se iba a revisar sistemas vitales.
Cuando volvía, solía bromear con que lo mejor de un búnker subterráneo era que no tenía ventanas que limpiar. Ella nunca se reía, pero a él le daba igual. Se conformaba con su compañía silenciosa, con dormirse acariciando su piel de plástico. Sabía que sólo seguía cuerdo porque ella nunca le abandonó.

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A veces nos hace falta sentirnos solos un rato para poder apreciar mejor la compañía pero, ¿qué ocurre cuando no puedes elegir volver a tener compañía? Supongo que nos la inventamos y, si hace falta, creamos con amigos imaginarios. Todo con tal de no vivir en soledad.

2 comentarios:

Micaela ela dijo...

Simplemente magnífico.

Unknown dijo...

Aunque la peor soledad es la que se siente cuando estás en compañía ... eso dicen