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- Bien, Señor del Laberinto - dijo Murray con su voz cascada habitual -, ya me has convencido de tu identidad. Pero no soy el único. Ahora debes demostrarles a ellos quién eres.
- ¿Ellos? ¿Quiénes? ¿Quién más vive aquí?
Murray alzó un brazo e hizo un movimiento tratando de abarcar todo lo que había a su lado.
- Todos. Debes mostrarte ante los muros, las rocas, los caminos, las sombras y ante todas y cada de las criaturas que alguna vez llegaron a este laberinto y ahora viven en él hasta que encuentren la salida.
- Pensaba que cuando tú me reconocieras todo estaría hecho - dijo el señor -. ¿Qué debo hacer? ¿Ir uno a uno presentándome?
- Quizá. Eso sólo el auténtico señor lo sabe. Supongo que lo único que puedes hacer es entrar y empezar. Pero recuerda: el laberinto exige un precio que debe ser pagado.
Murray le indicó con la mano cuál era la entrada. El chico delgado que se encontraba frente a él, el nuevo señor del laberinto, comenzó a andar y, mientras se acercaba a la puerta, imágenes de salidas de sus sueños inundaron su mente y le indicaron qué debía decir:
- Entrego al laberinto quien fui. Entrego mi nombre y mis recuerdos. Entrego los pasos que dí hasta llegar aquí y que sea el laberinto quien se sirva de mí.
El suelo tembló, como una bestia dormida que está saliendo de la hibernación y las paredes del laberinto empezaron a moverse hacia el chico con el sonido de una avalancha de miles de rocas donde cada una de ellas susurraban. Los susurros, como una orquesta que afina sus instrumentos antes de la representación, inconexos pero bellos, fueron armonizándose hasta ser una sola voz que pronunció dos palabras:
- ASÍ SEA.
El Señor del laberinto, con la mirada perdida como si estuviera en trance, vio acercarse las paredes sin moverse. Justo antes de tocarlo, los muros se detuvieron y las rocas hablaron por segunda vez:
- QUIERES SER NUESTRO SEÑOR Y ESTÁS DISPUESTO A PAGAR EL PRECIO QUE ÉSTO CONLLEVA. NOS PROTEGERÁS. NOS GUIARÁS. NOS GUARDARÁS. NOS ALIMENTARÁS. CON TU VIDA.
- Así sea - dijo el señor.
Los muros se cernieron sobre él como aguas que son atraídas al centro de un remolino marino y lo encerraron en un ataúd de piedra. Tras unos segundos, las paredes se separaron, dejando escapar un humo negro que se disipó y volvieron a formar parte del entramado de pasillos del laberinto, como si nada hubiese ocurrido. Pero algo había ocurrido: el señor había desaparecido.
Murray, que había visto toda la escena desde una distancia prudencial, se acercó a su puesto de guardia. Comprobó que el señor del laberinto no estaba y que el humo se había disipado completamente. No sabía si volvería a ver a aquel chico. Había conocido muchos señores que no habían superado la prueba del laberinto, lo que sólo había supuesto la llegada de nuevos señores. Así que el Guardián de la Puerta se sentó en aquella casucha que le hacía de garita y mientras hacía malabarismos con una moneda, se sentó a esperar.
martes, 27 de marzo de 2007
La prueba
lunes, 26 de marzo de 2007
Atención: Pregunta
A ver. Estamos en el Museo Británico, atravesando una sala llena de estatuas, sarcófagos y momias.
¿Por qué huele a pescado frito?
Nuevo Logo (en realidad este es el almacén)
miércoles, 21 de marzo de 2007
De Londres Vengo
Ya estoy aquí. He aterrizado hace una hora y ya estoy aquí enganchado :)
Qué frío, qué cara es la comida, qué raros son los ingleses y qué loco está su tiempo. A parte de eso, todo de maravilla. He recoletado frases que iré poniendo.
Nos vemos en el futuro.
La llegada del Señor
Un hombre un tanto andrajoso se paró frente a mí, con su nariz a unos centímetros de la mía, entrecerró los ojos y se quedó así unos segundos. Fueron los más largos de mi vida. De repente, cambió su expresión de inquisidora a feliz con una sonrisa llena de agujeros, pero no se movió de donde estaba.
- Estaba seguro de que eras tú. No podías engañarme. Al principio, pensé que eras uno de esos héroes o peor, un turista - dijo escupiendo la palabra -. Como si por estar sólo de visita no pudiera pasarles nada. Pero yo sabía la verdad. Lo vi en tus ojos.
Era incapaz de hablar. El hombre seguía sonriendo, quizá esperando una respuesta, pero yo sólo podía pensar por qué me encontraba allí. Al instante recordé el sueño que me había traído y supe qué debía contestar:
- eee, gracias,...mmm... Murray.
El hombre ensanchó aun más su sonrisa, dio un paso atrás y habló:
- Bienvenido, Señor del Laberinto. Que tu futuro sea confuso y nunca llegues a tu destino.
Tras esto entré en mi nuevo hogar. Ya he encontrado la salida dos veces, pero, por suerte, siempre consigo perderme. ¿Qué gracia tendría, si no, vivir en un laberinto?
sábado, 17 de marzo de 2007
Aquí llego ... y me voy
Hola. Tal y como dije, aquí empieza la segunda etapa. Nuevo subtítulo, nuevo aspecto (aunque pronto volverá a cambiar ) y nuevas ganas.
Espero le echéis un ojo de vez en cuando. O mejor los dos tan a menudo como podáis disponer de ellos.
Por cierto, para cerrar la segunda entrada de esta segunda etapa: me voy a London unos días de viaje. Huyo de las parrandas con altos decibelios y larga duración, de los niños con mentalidad de demoledores de edificios de juguete, de los adultos con ganas de cortar calles y del politiqueo en las fiestas.
Que conste: no me molestan las fallas, pero hace algunos años que sólo son para los falleros, asociados y gorrones y para los turistas que sólo las "disfrutan" 5 días en lugar de los meses que relamente duran.
Ala. Sin más rollo, nos vemos en el futuro.
Concurso: a ver quién dice qué frase de las de arriba está sacada de un libro, qué libro es y quién la dice. Además, hay otra frase que es de una película y no es la misma frase. (Las frases no son exactas, pero tratan de mantener la idea original)