viernes, 27 de agosto de 2010

Desde Sabiñánigo...

Partiendo de un ejercicio, un cuento nuevo, que hace mucho que no escribía nada. Ya contaréis qué os parece.


Nombres

El semáforo se puso en rojo y la conductora del autobús detuvo el vehículo. Cerró los ojos un instante, respiró hondo y miró por el retrovisor. Quedaban cinco personas por llevar a destino. Miró en sus ojos y vio sus nombres. No el que les habían puesto sus padres, sino el que dice tu cara que deberías tener. Así, sentada tras él, una "Susana" estaba leyendo un libro que, a juzgar por su cara, no era muy interesante, pero que tenía que acabar. Aquello olía a examen de literatura. Delante de la puerta trasera, un "Manuel" y un "Javier" hablaban sobre algo Realmente Importante. Probablemente, cómo cambiar el mundo o el partido de fútbol del sábado. Por su edad, probablemente pensaban que se podía llegar conseguir lo primero a través de lo segundo. O peor, que hablando de los segundo se podía conseguir lo primero. Por último, de pie frente a la puerta, listo para salir corriendo, un "Ruperto" vestido de Armani, repeinado para atrás por la lengua de una vaca y con maletín negro muy caro que miraba la hora. Llegaba tarde. Su excusa sería que su coche se había estropeado y había resultado imposible conseguir un taxi. Llegaba muy tarde. Su jefe le iba a despedir. Llegaba excepcionalmente tarde. El Armari no parecía del todo original. Pobrecillo. Le hubiese gustado llamarse "BorjaMari", pero le faltaban influencias, dinero y mucha altivez. Definitivamente, iba a llegar demasiado tarde.

Entonces me miró a mí. Desconozco el nombre que vio en mis ojos, pero sonrió. ¿Entendió que yo lo sabía? Antes de que pudiera reaccionar el semáforo se puso en verde, ella dejó de mirar y el autobús arrancó sin que nadie más se diera cuenta de nada.

Pasaron las paradas, gente subió y bajó y ella los nombró, uno a uno, descubriendo su otro yo, ese que ni ellos conocen. Cuando llegó mi parada me estaba mirando por el ommipresente retrovisor.

- Pepe - me dijo -, cuando lo escribas, pon bien mi nombre.

- Lo intentaré - le contesté. Para impresionarla quise ponerle uno en aquel momento, pero no supe encontrar uno apropiado. Me quedé en blanco. Sólo pude sonreír y bajarme. Me quedé de pie en la parada hasta que el autobús desapareció.

He vuelto a esa línea muchas veces y no he vuelto a verte. No tuve una segunda oportunidad o una pista. Sólo un recuerdo, tiempo y un montón de intentos fallidos. Después de tanto tiempo, estés donde estés, Sela, este relato va por ti.

Espero haber acertado.

3 comentarios:

Airos dijo...

Por esto, y por muchas otras cosas que unas jamás comprendería y otras sí, nunca voy en autobús. Desde que descubrí que lo que aquí hace la conductora no sólo lo hacía yo. Como ir de caza disfrazado de cochino jabalí.
Un saludo, señor Gato.

Anónimo dijo...

Seguro que has acertado y si "Sela" lo ha leído se habrá emocionado mientras las lágrimas ruedan por su rostro.

Micaela ela dijo...

Diste en el blanco de lleno, seguro.